En la cima de cada montaña existe algo desconocido de nosotros mismos esperando a ser alcanzado. 



Cerrarse al amor es tan absurdo como pensar que llamará a la puerta antes de entrar.


Creernos los protagonistas de la historia de los demás es nuestro peor argumento. 


La vida no da segundas oportunidades: ella es una inmensa primera vez.



Los consejos son plantillas que solo encajan en la vida de quien los ofrece.



En los libros malos se respira una tensión textual no resuelta.



El amor nunca es gratuito, porque tarde o temprano te pasa factura.



Las alegrías vienen de visita; las tristezas buscan hospedaje.





Nuestro parecido con las marionetas no es solo que vivamos a todo trapo.



Si echas algo de menos, es que no lo has echado del todo.



Mientras miramos de reojo al pasado, el presente nos observa de frente.



Dejas de ser un niño cuando un sueño se convierte en una preocupación.



Soledad de muchos, consuelo de todos.



Hay ojos que brillan con luz propia, y otros que reflejan el centelleo de los objetos que poseen.



El pasado es un canto de sirenas que te dificulta llegar a buen puerto.



Lo peor de la memoria selectiva es que no nos consulta su criterio.



Quien se preocupa por el mañana es un mal anfitrión del hoy.



El triste destino de los objetivos conseguidos es el olvido.



Nuestra única pertenencia son los recuerdos, y a veces los extraviamos por el camino.



La rutina es el guión sobre el que improvisamos la vida.



En la vida, como en las buenas historias, nadie sospecha lo que ocurrirá.



Vivimos tan deprisa, que en lugar de alcanzar la felicidad nos la pasamos de largo.



No hay mayor impuntualidad que amar tarde.



Aunque el aprendizaje de la vida no sea memorístico, siempre se nos olvida.



Lo único seguro en la vida es vivirla a todo riesgo.



Aunque estemos juntos en la lucha, cada uno libra su propia batalla.



Cuando los sueños se desvelan, no hay quien duerma.




Los caminos de la piel son inescrutables.




Quien se distrae observando el camino ajeno, corre el peligro de tropezar en el propio.


Cada vez que destruyes un miedo, derribas una pared de tu cárcel.